:: CUCHILLO DE PALO :: 05.07.08
Colombia: la “inteligencia” inteligente
Aureliano Rodríguez Larreta

“Mi luz, mis estrellas”, dijo este jueves Ingrid Betancourt, en el hermoso castellano de los colombianos, al reencontrar a sus hijos adolescentes, Mélanie y Lorenzo, después de sufrir seis años el terror. El presidente de Colombia, Álvaro Uribe, confirma con esta victoria su astucia política y su liderazgo, al tiempo que sus fuerzas de seguridad y defensa —tal vez las mejor preparadas y equipadas de América Latina— ofrecen un ejemplo sin par de cómo la facultad primaria del ser humano, la de ser inteligente, también puede ser aplicada a esta moderna labor militar mal llamada “inteligencia”.

Los primeros análisis de esta sorprendente operación de rescate coinciden en sospechar que el apoyo de Estados Unidos —en lo material, en lo técnico y también en lo teórico— no pudo ser ajeno a su concepción y a su diseño, aunque ella fue enteramente realizada por personal del ejército colombiano. Entre los 15 liberados había tres ciudadanos estadounidenses, los cuales salieron de inmediato y directamente hacia un hospital norteamericano.

Por la hondura de su designio político, esta “Operación Jaque” hace recordar —salvadas todas las diferencias de contexto y consecuencias—, a la voladura del automóvil del presidente del Gobierno español en las postrimerías del franquismo, almirante Carrero Blanco, que ocurrió en Madrid el 20 de diciembre de 1973.

Aunque ejecutado por la organización separatista vasca ETA, el asesinato de Carrero Blanco ha sido visto por los más sagaces estudiosos de la política española como una alta operación política destinada a desbaratar los planes que el dictador Francisco Franco había trazado para asegurar la continuidad del régimen cuando ocurriera su muerte. El almirante era, en las previsiones de Franco, la garantía de todo aquello que el “Caudillo” pensaba dejar “atado y bien atado”. Por el contrario, era del interés del mundo occidental, e incluso de buena parte del “establishment” franquista, que España se integrara rápidamente a las democracias europeas.

La pasmosa facilidad con que los terroristas de ETA se instalaron en la calle Claudio Coello e hicieron durante meses el trabajo de topo que a la postre culminó con el espectacular atentado —para luego escapar de Madrid y de España sin ser aprendidos—, todavía hoy permite pensar que la mano de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos, junto a algunos elementos clave de las fuerzas de seguridad españolas, estuvieron detrás de la operación.

En el caso del histórico conflicto colombiano, muy diferentes son las coordenadas políticas a las que hay que atender, y además la participación del gobierno de Estados Unidos no es presunta ni oculta sino abierta, explícita y traducida en acuerdos concretos, como el conocido Plan Colombia, que han conformado la política del presidente George W. Bush hacia el país andino. El narcotráfico primero y el terrorismo internacional más tarde, han consolidado esta alianza entre Washington y Bogotá, decididamente defendida por el presidente Uribe.

Tras 40 años de acción violenta, dominio territorial parcial, crímenes incontables, amedrentamiento de la población y desafío a un Estado al que nunca podría derrotar, la guerrilla llamada Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), originariamente de ideología marxista-maoísta, ha venido a convertirse en una especie de farsa de lo que algún día pudo reivindicarse como un movimiento revolucionario. Intrínsecamente vinculada con el narcotráfico para su financiación y supervivencia, se ha ganado el mote de “narcoguerrilla” y el calificativo de “narcoterrorista”.

Muchas veces en el pasado, las FARC se han sentado a mesas de negociación con el Estado en momentos de debilitamiento, y siempre las han utilizado para ganar tiempo y reorganizarse. El presidente Uribe no ha querido perder tiempo ni prestigio en ese tipo de celadas. Ha buscado, en todo momento, conversar desde posiciones de fuerza. Ha demostrado que no juega con “faroles”, que no le gusta “bluffar”, sino que se mueve con buenas cartas en la mano.

Así lo ha hecho varias veces este año, en particular en sus relaciones con el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, e incluso con Nicolás Sarkozy, presidente de Francia, en las largas y siempre fracasadas negociaciones internacionales con las FARC para liberar a los rehenes. Ahora se ha sabido que Álvaro Uribe venía preparando la Operación Jaque desde comienzos de 2007. Ha jugado esas cartas con total sigilo y tremenda astucia, y ha obtenido un triunfo rotundo, ejemplar, limpio, incruento y sin concesiones.

Después del conflicto de soberanía que el 1º de marzo provocó la invasión del territorio ecuatoriano por fuerzas armadas de Colombia —el cual ha llevado a una ruptura de relaciones diplomáticas entre Quito y Bogotá, aún no superada—, el presidente Uribe se disculpó ante el Grupo de Río y ante la Organización de los Estados Americanos, pero nuevamente lo hizo desde posiciones de fuerza.

Con el ataque al campamento de las FARC en Ecuador, la muerte del segundo jefe y la captura de importantes materiales documentales, había comenzado un inédito debilitamiento en la estructura de la organización guerrillera, que no hizo sino empeorar dramáticamente con el reciente fallecimiento del ya octogenario jefe Marulanda, el tristemente célebre “Tiro Fijo”. Fue en medio de esta desordenada situación que Bogotá decidió llevar a cabo la Operación Jaque y sorprender al mundo con un éxito que puede marcar el principio del fin de la larga tragedia colombiana.

Tal vez Hugo Chávez haya recibido indicios de que algo por el estilo estaba por suceder, pues de otra manera no se explicaría su viraje, en tan sólo cuatro meses, desde que reclamó que el sistema internacional le concediera a las FARC el estatuto de “parte beligerante” en una guerra, hasta su reciente declaración de que la guerrilla es cosa del pasado, pidiendo a la organización la liberación unilateral de los secuestrados. “A cambio de nada”, dijo y repitió, y recomendó el abandono de la lucha armada en Colombia.

Con ser políticamente tan importante lo que acaba de suceder, las FARC son todavía un ejército de 9.000 guerrilleros armados, que tiene en su poder a más de 700 ciudadanos inocentes en condición de secuestrados. No cabe asegurar nada sobre el futuro, pero la coyuntura se presenta inmejorable para su desarme y disolución, permitiendo a Colombia enfocar en paz y libertad su desarrollo político.

Ingrid Betancourt ha dicho que los colombianos votaron a Álvaro Uribe, no a las FARC. La segunda elección del Presidente ha sido legitimada por la Justicia, y está pronto para aspirar a una tercera. Da la impresión de que habrá Uribe para rato. Pero por la forma en que su antigua adversaria electoral acaba de salir del cautiverio, también parece que habrá Betancourt para rato.

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