| :: CUCHILLO DE PALO :: 22.11.08 |  |
| Política exterior de Obama (1): Una conducta decente | |
| Aureliano
Rodríguez Larreta |
La elección de Barack Obama, para el cargo de presidente de los Estados Unidos de América (EE UU) es motivo de múltiples especulaciones acerca de la política exterior que va a orientar la Casa Blanca a partir de enero de 2009. Una primera aproximación a las líneas maestras del pensamiento del presidente electo permite presagiar un regreso al multilateralismo y la admisión de un mundo multipolar, junto a una apelación a los valores morales como fundamento de un liderazgo internacional.
“EE UU no puede hacer frente a los desafíos de este siglo por sí solo; el mundo no puede afrontarlos sin EE UU.” Esta frase, escrita por Barack Obama hace un año y medio, contiene la tácita aceptación de una estructuración multipolar del poder mundial a mediano plazo, por parte del próximo presidente de EE UU. Y en el corto plazo, la rectificación de la política de supremacía hegemónica que fue practicada en los últimos ocho años por la administración republicana, mediante un pronto fortalecimiento del multilateralismo en las relaciones internacionales.
La cita pertenece al artículo titulado “Renovar el liderazgo”, publicado en 2007 por la revista “Foreign Affairs” (Council on Foreign Relations) y reproducido en castellano por la revista POLITICA EXTERIOR, Madrid, nº 118, Julio / Agosto 2007. Con la firma del entonces aspirante a la candidatura del Partido Demócrata y el sello de su estilo personal en la redacción, el artículo contiene un verdadero programa de actuación exterior a nivel mundial, donde se estampan compromisos muy concretos para reorientar la política, la diplomacia y la ética con que EE UU deberá proceder ante el mundo del siglo XXI.
Debe comprenderse que no se trata de un trabajo dirigido al exterior de EE UU sino de un texto confeccionado con la mente puesta en el lector estadounidense, con argumentos y promesas orientadas a tocar la sensibilidad actual de ese ciudadano, posible votante. Siete son las grandes áreas temáticas en que el señor Obama presentó sus postulados: superar el “laberinto” de Irak, revitalizar el ejército, frenar la proliferación de armas nucleares, combatir el terrorismo global, reconstruir las alianzas, defender sociedades justas, seguras y democráticas, y, última pero sin duda la principal, restablecer la confianza en EE UU.
Un lector latinoamericano seguramente experimentará una decepción al ver las únicas dos líneas que el futuro presidente dedica a América Latina, en el capítulo que titula “Reconstruir nuestras alianzas”, donde repasa el mundo entero.
“En Latinoamérica, desde México hasta Argentina, no hemos abordado de forma adecuada las preocupaciones sobre inmigración, igualdad y crecimiento económico.”
No hay propuestas sino un reconocimiento de que el abordaje conceptual no ha sido el adecuado a la región, sin distinción de épocas. Suele afirmarse, en medios políticos y académicos uruguayos y sudamericanos, que a América Latina le iría mejor con los republicanos, porque son menos proteccionistas. Bajo ese prisma, la política exterior y las relaciones con EE UU empiezan y terminan en el área comercial, con el nuevo paradigma de un tratado de libre comercio, y sin siquiera analizar su contenido y condicionantes. Sin embargo, las consecuencias de la actual crisis mundial demuestran que nada hay más efímero que el comercio.
El 5 de noviembre, horas después del triunfo de Barack Obama, el ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, Celso Amorim, de paso por Ginebra, reclamó en declaraciones a la agencia Reuters que la Ronda Doha de la Organización Mundial del Comercio sea relanzada antes de finalizar este año, para “evitarle” al futuro presidente, que asumirá el 20 de enero, la necesidad de tomar decisiones tan duras en el comienzo de su mandato. La intención era clara: llegar en diciembre a un acuerdo del tipo llamado de “modalidades”, que comprometa de antemano a EE UU a continuar negociando la liberalización multilateral del comercio mundial.
Al día siguente, el experimentado diplomático brasileño, embajador Rubens Barbosa, declaró al periódico paulista Valor Económico: "Difícilmente la Ronda de Doha será retomada en el corto plazo. La posición de Obama en la campaña fue muy negativa en términos comerciales". En la actualidad el embajador Barbosa, retirado del servicio, es directivo de la Federación de Industrias del Estado de São Paulo, la poderosa FIESP.
Por el contrario, no debiera ser ése el punto de vista preferido para analizar los rasgos previsibles de la nueva orientación que el presidente Obama se propone imprimir a la política exterior norteamericana. Lo que va a afectar profundamente y a largo plazo a América Latina, mucho más que el comercio, es el comportamiento de EE UU, como potencia de alcance mundial, en la conformación del nuevo orden internacional.
La clave para distinguir ese comportamiento se encontrará, sin duda, en comprobar si Washington reconocerá efectivamente que ya no tiene condiciones para ejercer un poder hegemónico en un mundo unipolar, y en consecuencia de las ideas que han llevado a Barack Obama a la Casa Blanca, favorecerá una estructura multipolar del poder, en la cual prevalecerá un equilibrio entre naciones y regiones que actualmente se proyectan como potencias de diverso calibre.
UN LIDERAZGO “VISIONARIO”
Según Barack Obama, la renovación del liderazgo mundial de EE UU pasa por la recuperación del multilateralismo, la reforma de la diplomacia norteamericana con especial dedicación a los temas de la seguridad internacional y a la resolución del conflicto en Oriente Próximo, más una política firme para evitar la proliferación nuclear, y compromisos muy fuertes para enfrentar el cambio climático y combatir la pobreza y el terrorismo. Podría resumirse así, en un párrafo, la concepción que el presidente electo tiene de una nueva política exterior norteamericana.
No es posible asegurar que lo va a conseguir, pero sus ideas se presentan tan ricas en definiciones concretas como en enunciados utópicos. “Estamos llamados a ofrecer de nuevo un liderazgo visionario”, afirma después de invocar la herencia dejada por Roosevelt, Truman y Kennedy en el siglo pasado. Su preocupación por sanear el prestigio de EE UU en el escenario internacional queda pronto expresada con crudeza: “Después de Irak y Abu Ghraib, el mundo ha perdido la confianza en nuestros propósitos y principios.”
Barack Obama insiste en el concepto de una “humanidad compartida”, que se empeña en colocar siempre junto al de “seguridad compartida”. “Renovar el liderazgo estadounidense en el mundo exigirá un refuerzo de la seguridad compartida, invirtiendo en nuestra humanidad compartida.”
E insiste: “La misión de EE UU es proporcionar un liderazgo global cimentado en la comprensión de que el mundo comparte una seguridad y una humanidad comunes.” En ese sentido puede decirse que se inscribe en la vieja idea del “destino manifiesto” de la democracia norteamericana. No tarda en mencionar “la gran promesa y la meta histórica de este país en el mundo”. Y promete: “Si soy elegido presidente, empezaré a renovar esa promesa y ese propósito el mismo día en que tome posesión del cargo.”
La tácita aceptación de un mundo multipolar tiene en Barack Obama expresiones concretas: “Asimismo, necesitamos una cooperación efectiva para que las grandes potencias –entre ellas algunas nuevas como Brasil, India, Nigeria y Suráfrica– afronten problemas globales. A todos ellos debemos hacerles partícipes del mantenimiento del orden internacional.”
El presidente Obama concibe la renovación de la política exterior de EE UU en tres niveles: el militar, el diplomático y el moral. En este último aspecto no ahorra palabras ni oculta el sentimiento de vergüenza nacional que, en sintonía con las nuevas generaciones de norteamericanos, ha sido motor importante de su victoria.
“Para crear un mundo mejor y más libre, primero debemos comportarnos de un modo que refleje la decencia y las aspiraciones del pueblo estadounidense. Esto implica acabar con prácticas como el envío nocturno de prisioneros a países remotos para que sean torturados, la detención de miles de personas sin acusación ni juicio, o el mantenimiento de una red de cárceles secretas al margen de la ley.”
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